Motivaciones para el estudio de la historia de Don Bosco

Son indudablemente numerosos los motivos que nos inducen a estudiar a Don Bosco. Debemos conocerlo como nuestro Fundador, porque lo requiere nuestra fidelidad a la institución a la que pertenecemos. Debemos conocerlo como Legislador, dado que estamos comprometidos a observar las Constituciones y los Reglamentos que él directamente o sus sucesores nos han dado. Debemos conocerlo
como Educador, para que podamos vivir el Sistema Preventivo, preciosísimo patrimonio que él nos ha dejado. Debemos conocerlo especialmente como Maestro de vida espiritual, por el hecho de que a su espiritualidad acudimos como hijos y discípulos suyos; él, en efecto, nos ha ofrecido una clave de lectura del evangelio; su vida es para nosotros un criterio para realizar con características peculiares el seguimiento del Señor Jesús; sobre ello escribí una carta a los hermanos salesianos en enero de 2004 “Contemplar a Cristo con lo mirada de Don Bosco” (ACG 384).

Hoy está creciendo en nosotros la conciencia del riesgo que estamos corriendo, si no robustecemos los lazos que nos tienen unidos a Don Bosco. El conocimiento histórico, fundamentado y afectivo, ayuda a mantener vivos esos lazos; la formación inicial y permanente debe favorecer los estudios salesianos. Ha pasado ya más de un siglo desde la muerte de Don Bosco; han desaparecido todas las generaciones que directa o indirectamente estuvieron en contacto con él y con los que lo habían conocido. Al aumentar la distancia cronológica, geográfica y cultural desde él, viene a faltar cada vez más ese clima afectivo y también esa cercanía psicológica, que nos hacían espontáneo y familiar a Don Bosco y su espíritu hasta con la simple mirada a su retrato. Esto que se nos ha transmitido puede perderse; el lazo vivo con Don Bosco puede romperse. Una vez venida a menos la referencia a nuestro Padre común, a su espíritu, a su praxis, a sus criterios inspiradores, como Familia salesiana no tenemos ya derecho de ciudadanía en la Iglesia y en la Sociedad, privados como estamos de nuestras raíces y de nuestra identidad.

Además mantener viva la memoria de la propia historia es garantía de tener una sólida cultura; sin raíces no hay futuro. Por eso la organización de la memoria histórica y la posibilidad de su fruición tienen una notable importancia, como llamada a las raíces comunes que invitan a repensar los problemas de nuestro presente con un conocimiento más maduro de nuestro pasado. Esto es garantía, aun con las históricas transformaciones y los inevitables cambios, de que nuestra Familia seguirá siendo portadora del carisma de los orígenes y de que se convertirá en vigía y guardián creativo de una tradición fecunda.

Obviamente la conciencia del pasado no debe convertirse en condicionamiento. Hay que saber discernir críticamente el significado histórico esencial de las redundancias gratuitas y de las interpretaciones subjetivas infundadas; de ese modo se evitará atribuir historicidad carismática a reconstrucciones que tienen poco que ver con la “verdadera historia”. Una forma parecida de hacer historia se utiliza a veces para evitar el problema serio de la reconstrucción del contexto histórico. También en la interpretación de la historia de Don Bosco es necesario un sano discernimiento. Será siempre válido también para nosotros la advertencia del Papa León XIII: El historiador no debe decir nunca nada falso ni callar nada verdadero. Si un santo tiene algún punto débil, hay que reconocerlo lealmente. Las referencias de las imperfecciones de los santos tienen la triple ventaja de respetar la exactitud histórica, de subrayar lo absoluto de Dios y de animarnos a nosotros, pobres vasijas de barro, a demostrarnos que también en el héroe por Cristo la sangre no era agua.

La necesidad y la urgencia de un conocimiento profundo y sistemático de Don Bosco las han subrayado en estos últimos decenios documentos oficiales e intervenciones autorizadísimas de mis dos predecesores. Yo mismo en la carta de final de 2003 (ACG n. 383, p. 14-17) me expresaba en estos términos:

«Don Bosco logró ser joven y por tanto estar en sintonía con el futuro a fuerza de estar en medio de los jóvenes. … En la experiencia de Valdocco está claro que hubo una maduración de la misión y por tanto de  un paso de la alegría de “estar con Don Bosco” a “estar con Don Bosco para los jóvenes”, a “estar con Don Bosco para los jóvenes de forma estable” a estar con los jóvenes de forma estable con votos. Estar con Don Bosco no excluye “a priori” la atención a sus tiempos, que lo modelaron o condicionaron, pero requiere vivir con su esfuerzo, sus opciones, su entrega, su espíritu emprendedor y de estar en vanguardia […] Todo esto hace de Don Bosco un hombre fascinante y en nuestro caso un padre a quien amar, un modelo que imitar, pero también un santo que invocar. Nos damos cuenta de que a medida que aumenta la distancia del Fundador, es más real el riesgo de hablar de Don Bosco basándose en “lugares comunes”, anécdotas, sin un verdadero conocimiento de nuestro carisma. De aquí la urgencia de conocerlo a través de la lectura y el estudio; de amarlo afectiva y efectivamente como padre y maestro por su herencia espiritual; de imitarlo tratando de configurarnos con él, haciendo de la Regla de vida nuestro proyecto personal. Este es el sentido de la vuelta a Don Bosco, al que me he invitado a mí mismo y a toda la Congregación desde mi primera “buenas noches”, a través del estudio y el amor que tratan de comprender, para iluminar nuestra vida y los retos actuales. Junto al evangelio, Don Bosco es nuestro criterio de discernimiento y nuestra meta de identificación»”.

Mi auspicio no está demasiado lejos de las reflexiones de don Francisco Bodrato, primer inspector en Argentina, que el 5 de marzo de 1877 escribía en una carta a sus novicios:

«¿Quién es Don Bosco? Os lo digo precisamente yo, de verdad, como lo he visto y oído decir a otros. Don Bosco es nuestro amadísimo y tiernísimo padre. Esto lo decimos todos nosotros que somos sus hijos. Don Bosco es un ser Providencial o el hombre de la providencia de estos tiempos. Esto lo dicen los verdaderos doctos. Don Bosco es el hombre de la filantropía. Esto lo dicen los filósofos. Y yo digo, después de haber admitido, claro está, todo lo que dicen los citados, que Don Bosco es verdaderamente ese amigo que la Santa Escritura califica como un gran tesoro. Bueno, pues nosotros hemos encontrado ese verdadero amigo y ese gran tesoro. María Santísima nos ha dado la luz para poderlo conocer y el Señor nos permite poseerlo. ¡Ay, por tanto, de quien lo pierde! Si supieseis, queridos hermanos, cuántas personas hay que envidian nuestra suerte […] Y si aceptáis creer conmigo que Don Bosco es el verdadero amigo de la Sagrada Escritura, entonces debéis hacer de modo que lo poseáis siempre y procuréis copiarlo en vosotros mismos». (F. Bodrato, Epistolario, ed. por B. Casali, Roma LAS 1995, p. 132).

Por algo el proemio y los art. 21, 97 y 196 de las Constituciones actuales de la Congregación salesiana nos presentan a Don Bosco como “guía” y “modelo”, y las Constituciones mismas quedan definidas como "testamento vivo". Expresiones análogas se encuentran también en la regla de vida de los demás grupos de la Familia salesiana. Para todos nosotros, que miramos a Don Bosco como nuestra referencia, él sigue siendo el fundador, el maestro de espíritu, el modelo de educación, el iniciador de un movimiento de resonancia mundial capaz de ofrecer a la Iglesia y a la Sociedad, con una formidable fuerza, la atención a las necesidades de los jóvenes, a su realidad, a su futuro. No podemos dejar de preguntarnos si hoy nuestra Familia constituye todavía una fuerza como esa; si tenemos todavía aquel coraje y aquella fantasía que tuvo Don Bosco; si al alba del tercer milenio somos todavía capaces de asumir sus posturas proféticas en defensa de los derechos del hombre y de los de Dios.

Indicadas la necesidad y la urgencia del conocimiento y del estudio de Don Bosco para la Familia salesiana, para cada grupo, comunidad, asociación y personas, el camino está todavía por hacer; el camino indicado no es todavía el camino recorrido. A cada uno le toca determinar pasos, modalidades, recursos, etapas y oportunidades para que ese compromiso se cumpla a lo largo de este año. No podemos llegar a la celebración del Bicentenario sin conocer más a Don Bosco.