11 Octubre 2012.- El Papa
inauguró esta mañana el Año de la Fe y en la homilía de la Misa que presidió en
la Plaza de San Pedro señaló que este tiempo puede considerarse una
peregrinación en los desiertos del mundo llevando sólo lo esencial: el
Evangelio y la Fe de la Iglesia.
Ante miles de peregrinos presentes, entre los cuales se
encontraban los Padres Conciliares que participaron en el Concilio Vaticano II hace 50 años, el Pontífice afirmó que
son cada vez más las personas que participan en peregrinaciones como la del
Camino de Santiago y cuestionó: "¿no es quizás porque en ellos encuentran,
o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo?"
"Así podemos representar este Año de la fe: como una
peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo
solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos
túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al
enviarlos a la misión, sino el Evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el
Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también
el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20
años".
El Papa explicó que "el Año de la fe que hoy inauguramos está
vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia en los últimos 50
años: desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI,
que convocó un ‘Año de la fe’ en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el
que el beato Juan Pablo II propuso
de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y
siempre".
"Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo II, convergieron
profunda y plenamente en poner a Cristo como centro del cosmos y de la
historia, y en el anhelo apostólico de anunciarlo al mundo. Jesús es el centro
de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha
revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete
definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la
carta a los Hebreos, ‘el que inició y completa nuestra fe’".
Benedicto XVI resaltó
que Jesucristo es el verdadero protagonista de la evangelización, una misión
que "continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los
continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del
Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y
espiritual".
Tras resaltar que "la Iglesia es el instrumento principal y
necesario de esta obra de Cristo, porque está unida a Él como el cuerpo a la
cabeza", el Papa subrayó que "Cristo mismo ha querido transmitir a la
Iglesia su misión, y lo ha hecho y lo sigue haciendo hasta el final de los
tiempos infundiendo el Espíritu Santo en los discípulos, aquel mismo Espíritu
que se posó sobre él y permaneció en él durante toda su vida terrena,
dándole la fuerza de ‘proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la
vista’; de ‘poner en libertad a los oprimidos’ y de ‘proclamar el año de gracia
del Señor’".
Luego de recordar que al inaugurar el Concilio en 1962, el Beato
Papa Juan XXIII afirmaba que "el supremo interés del Concilio Ecuménico es
que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma
cada vez más eficaz", Benedicto XVI refirió que durante el evento
conciliar, en el que él también participó como experto, "había una
emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la
verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las
exigencias del presente ni encadenarla al pasado".
"En la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende
el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el
hoy irrepetible", precisó.
"Por esto mismo considero que lo más importante,
especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se
reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a
anunciar a Cristo al hombre contemporáneo", agregó.
Pero, advirtió el Papa, "con el fin de que este impulso
interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga
en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa,
que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su
expresión".
"Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de
regresar, por así decirlo, a la ‘letra’ del Concilio, es decir a sus textos,
para encontrar en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera
herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos
evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia
adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad".
El Santo Padre remarcó además que "el Concilio no ha propuesto
nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más
bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe
siendo una fe viva en un mundo en transformación".
"Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato
Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de
la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente
profundizar en el depósito de la fe que Cristo le ha confiado".
"Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de
modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era
porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se
apoyaban".
En cambio, continuó, "en los años sucesivos, muchos aceptaron
sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases
mismas del depositum fidei,
que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad".
"Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva
evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad,
todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad
es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está
contenida en sus documentos".
"También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio
destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su
especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva.
En estos decenios ha aumentado la ‘desertificación’ espiritual. Si ya en
tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la
historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora
lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor".
El Papa constató que "se ha difundido el vacío. Pero
precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es
cómo podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital
para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor
de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos
los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo
manifestados de forma implícita o negativa".
"Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que,
con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta
forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de
Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar
testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el
camino".
El Santo Padre concluyó encomendándole a la Virgen María el Año de la Fe: "que ella nos
ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: ‘La palabra de
Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda
sabiduría; corregíos mutuamente… Todo lo que de palabra o de obra realicéis,
sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de
él’. Amén".