Estamos invitados a estudiar a Don Bosco y, a través de la aventura de su vida, a conocerlo como educador y pastor, fundador, guía y legislador. Se trata de un conocimiento que conduce al amor, a la imitación y a la invocación.
Para nosotros, miembros de la Familia salesiana, su figura debe ser lo que San Francisco de Asís ha sido y sigue siendo para los Franciscanos o San Ignacio de Loyola
para los Jesuitas, es decir, el fundador, el maestro de espíritu,
el modelo de educación y evangelización, sobre todo el iniciador de un movimiento de resonancia mundial, capaz de proponer a la atención de la Iglesia y de la Sociedad, con una formidable fuerza de choque, las necesidades de los jóvenes, su condición y su futuro. ¿Pero cómo hacerlo sin volvernos a la historia, que no es la guardiana de un pasado ya perdido, sino de una memoria viva que está dentro de nosotros y nos interpela en función de actualidad?
para los Jesuitas, es decir, el fundador, el maestro de espíritu,
el modelo de educación y evangelización, sobre todo el iniciador de un movimiento de resonancia mundial, capaz de proponer a la atención de la Iglesia y de la Sociedad, con una formidable fuerza de choque, las necesidades de los jóvenes, su condición y su futuro. ¿Pero cómo hacerlo sin volvernos a la historia, que no es la guardiana de un pasado ya perdido, sino de una memoria viva que está dentro de nosotros y nos interpela en función de actualidad?
El acercamiento a Don Bosco, hecho con los métodos propios de la investigación histórica, nos lleva a comprender mejor y a medir su grandeza humana y cristiana, su genialidad práctica, sus dotes educativas, su espiritualidad, su obra, comprensibles sólo si están profundamente enraizadas en la historia de la Sociedad en la que vivió. Al mismo tiempo, y también con un conocimiento más profundo de su recorrido histórico, nos hacemos cada vez más conscientes de la intervención providencial de Dios en su vida. En este estudio histórico no hay ningún rechazo apriorístico de las respetabilísimas imágenes de Don Bosco que generaciones de Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, Salesianos Cooperadores y miembros de la Familia Salesiana han tenido, es decir, del Don Bosco que ellos han conocido y amado; pero existe y deber seguir existiendo también una presentación y la reinterpretación de una imagen de Don Bosco que sea actual, que hable al mundo de hoy, que utilice un lenguaje renovado.
La imagen de Don Bosco y de su acción debe reconstruirse seriamente, a partir de nuestro horizonte cultural: desde la complejidad de la vida de hoy, desde la globalización, desde la cultura postmoderna, desde las dificultades de la pastoral, desde la disminución de las vocaciones, desde la “puesta en cuestión” de la vida consagrada. Los cambios radicales o de etapa, como los llamaba mi predecesor Don Egidio Viganò, nos obligan a revisar esa imagen y a idearla bajo otra luz, para una fidelidad que no sea repetición de fórmulas y obsequio formal a la tradición. La importancia histórica de Don Bosco debe encontrarse, no sólo en las «obras» y en algunos elementos pedagógicos suyos relativamente originales, sino sobre todo en su percepción, concreta y afectiva, de la importancia universal, teológica y social del problema de la juventud «abandonada», y en su gran capacidad de comunicarla a nutridas columnas de colaboradores, de bienhechores y de admiradores.
Ser fieles a Don Bosco significa conocerlo en su historia y en la historia de su tiempo, hacer nuestras sus inspiraciones, asumir sus motivaciones y opciones. Ser fieles a Don Bosco y a su misión significa cultivar en nosotros un amor constante y fuerte ante los jóvenes, especialmente los más pobres. Ese amor nos lleva a responder a sus necesidades más urgentes y profundas. Como Don Bosco nos sentimos tocados por sus situaciones de dificultad: la pobreza, el trabajo infantil, la explotación sexual, la falta de educación y de formación profesional, la inserción en el mundo del trabajo, la poca confianza en sí mismos, el miedo ante el futuro, la pérdida del sentido de la vida.
Con afecto profundo y amor desinteresado tratamos de estar presentes en medio de ellos con discreción y prestigio, ofreciendo propuestas eficaces para su camino, sus opciones de vida y su felicidad presente y futura. En todo esto nos hacemos sus compañeros de camino y guías competentes. Especialmente tratamos de comprender su nuevo modo de ser; muchos de ellos son “digitales innatos” que a través de las nuevas tecnologías buscan experiencias de movilización social, posibilidad de desarrollo intelectual, recursos de progreso económico, comunicación instantánea, oportunidad de protagonismo. También en este campo queremos compartir su vida y sus intereses; animados por el espíritu creativo de Don Bosco, nosotros, los educadores, nos hacemos cercanos como “inmigrados innatos”, ayudándoles a superar el abismo generacional ante sus padres y ante el mundo de los adultos.
Los cuidamos durante todo su camino de crecimiento y maduración, dedicándoles nuestro tiempo y nuestras energías y estando con ellos, en las etapas que van desde la infancia a la juventud.
Nos ocupamos de ellos cuando situaciones difíciles, como la guerra, el hambre, la falta de perspectivas, los llevan al abandono de la propia casa y familia y se encuentran solos enfrentándose con la vida.
Nos ocupamos de ellos cuando, después del estudio y la cualificación, buscan ansiosamente una primera ocupación de trabajo y se esfuerzan por entrar en la Sociedad, a veces sin esperanza y perspectivas de éxito.
Nos ocupamos de ellos cuando están construyendo el mundo de sus afectos, su familia, sobre todo acompañando su camino de noviazgo, los primeros años de su matrimonio, el nacimiento de los hijos (cfr. GC26, 98.99.104).
Nos preocupa especialmente llenar el vacío más profundo de su vida, ayudándolos en la búsqueda de sentido y sobre todo ofreciendo un camino de crecimiento en el conocimiento y en la amistad con el Señor Jesús, en la experiencia de una Iglesia viva, en el compromiso concreto de vivir su vida como una vocación.