09 Noviembre 2012.- Ya desde muchacho Juan Bosco ha
poseído el don de la comunicación eficaz. Un don personal: el encanto de la
palabra, el arte de la narración heredada de una rica tradición oral arcaica,
puesta al servicio de la misión en función educadora y pastoral. Narrando de sí
mismo muchacho, rodeado por los compañeros, escribe: “Aquello que los reunía
entorno mío, y los encantaba hasta la locura, eran las narraciones que les
presentaba. Los ejemplos escuchados en los sermones y en las catequesis, la
lectura de los Reales de Francia, del Guerrin
Meschino, de Bertoldo y
Bertoldino me ofrecían mucho material. En cuanto mis compañeros me veían,
corrían en masa para hacerse contar algo por quien a duras penas comenzaba a
entender algo de lo que leía.
A ellos se añadieron
varios adultos y a veces, yendo y volviendo de Castelnuovo, en ocasiones en un
campo o en un prado, yo estaba rodeado por centenares de personas venidas a
escuchar a un pobre muchacho que, excluyendo algo de memoria, era ayuno de
ciencia, pero lucía para ellos como un gran doctor” (MO ed. 2011, p. 65-66).
Llegado a sacerdote es sitiado por los pedidos: “Me invitan a ir ahora a este y ahora a ese pueblo para predicar triduos, novenas o ejercicios, pero no me atrevo a moverme de aquí, porque no sé a quién dejar mi casa. ¡El bien que podríamos hacer!”, escribe al P. Alasonatti en los primeros tiempos del Oratorio.
Teniendo que tratar con
niños y jóvenes, Don Bosco es un magnífico narrador.
Su pedagogía es narrativa, su espiritualidad es narrativa, la formación de sus colaboradores es narrativa, la comunicación pública de sus proyectos y de sus obras es narrativa. Objeto de la narración es la vida cristiana real, la Palabra de Dios y el ejemplo concreto de los santos, los actos de virtud de las personas y sus buenas acciones, los resultados positivos el compromiso educacional y formativo del Oratorio, las obras realizadas, sus sueños y sus utopías.
UN
ESTRATEGA GENIAL
Su
acción pastoral consiste sobre todo en narrar las maravillas obradas por el
Señor: Don Bosco narra la Biblia como “historia” sagrada, historia de la acción
salvadora de Dios y de sus maravillas entre los hombres, historia de las
fidelidades e infidelidades de sus hijos. Para él la Palabra de Dios no es
simplemente un libro sino la palabra que debe ser anunciada, orientada hacia
oyentes concretos, aplicada a lo vivido, “guía al camino del cielo” (Vida de Domingo Savio, ed. 1859,
p. 30).
Don Bosco ha escrito
mucho. No para los sabios, sino para los muchachos y el pueblo, para los
miembros de la Familia Salesiana. Ha escrito como pastor y educador cristiano.
Quiere tocar los corazones y las mentes para formar e informar, para
sensibilizar y convocar. Quiere convertir, alentar en el bien, abrir
horizontes de sentido a los jóvenes, despertar vocaciones y colaboración. Es un
difusor de ideas en función de la vivencia cristiana y de la regeneración
social, de la promoción cultural y espiritual del joven, con la prensa y la
palabra (desde las charlas a jóvenes y salesianos, a las buenas noches, a
las conferencias de San Francisco de Sales, a las predicaciones de caridad en
las iglesias de Italia, de Francia y de España…). Sus escritos impresos están
recogidos en una edición anastática de 38 tomos.
Ha sido un hábil
comunicador educativo, un eficaz predicador y conferenciante. Ha sido genial también en la organización y en las estrategias de la
comunicación. En un contexto histórico de desarrollo exponencial de la editoría
popular y difusión de ideas y modelos de vida alternativos a los cristianos,
Don Bosco comprende la importancia de la comunicación y de la movilización de
opinión. No se limita a ser escritor de libros para la formación de los
jóvenes: se vuelve editor (comienza con la afortunada serie Lecturas Católicas), fundador
de tipografías y editoriales. Estimula y anima a Salesianos, HMA, Cooperadores
y amigos para que se vuelvan escritores, autores de libros escolares,
periodistas, comediógrafos y compositores musicales.
Ha habido un tiempo en que
los salesianos se habían vuelto especialistas de la comunicación, perfectamente
preparados culturalmente, tan capaces en su sector como cualquier profesional (competencias
intelectuales y competencias técnicas). Han hecho escuela en el mundo católico
con sus editoriales: en sus huellas han surgido otras congregaciones entregadas
a la Buena Prensa. El Boletín Salesiano ha sido el modelo de centenares
de publicaciones similares.
¿Cuánto queda hoy de
este inmenso e inteligente empeño? Se corre el riesgo de perder una pasión, una
competencia, una práctica y una cultura. Una tradición que recobrar y
reverdecer; una serie de competencias que reconstruir a través de recorridos de
formación adecuados y elecciones más acertadas, a través de la valorización de
laicos y antiguos alumnos profesionales.
A
LOS SALESIANOS PARA LA DIFUSIÓN DE LOS BUENOS LIBROS
Deseoso de veros crecer
cada día más en celo y merecimientos delante de Dios, no dejaré de sugeriros de
vez en cuando los varios medios que creo mejores para que resulte siempre más
provechoso vuestro ministerio. Entre estos el quo quiero recomendaros
calurosamente para la gloria de Dios y la salvación de las almas es la difusión de los buenos
libros.
Los libros buenos,
difundidos entre el pueblo, son medios aptos para conservar el reino del
Salvador en muchas almas. Añadid que el libro, si por un lado no tiene esa
fuerza intrínseca de la que está provista la palabra viva, por otro ofrece
ventajas en ciertas circunstancias también mayores. El buen libro entra hasta
en las casas donde no puede entrar el sacerdote, es tolerado también por los
malos como memoria y como regalo. Presentándose no enrojece, descuidado no se
inquieta, leído enseña verdades con calma, despreciado no se queja y deja el
remordimiento que a veces enciende el deseo de conocer la verdad: mientras él
está siempre dispuesto a enseñarla.
¡Cuántas almas fueron
salvadas por los libros buenos, cuántas preservadas del error, cuántas animadas
en el bien! Quien regala un libro bueno, no tuviera más merecimiento que
despertar un pensamiento de Dios, ya ha adquirido un merecimiento incomparable
ante Dios. Y se consigue aún mucho más. Un libro en una familia, si no es leído
por la persona a quien ha sido destinado o regalado, es leído por el hijo o la
hija, por el amigo o el vecino. Un libro en un pueblo pasa a veces por las
manos de cien personas. Solo Dio sabe, conoce el bien que produce un libro -
regalado como prenda de amistad - en una ciudad, en una biblioteca circulante,
en una sociedad de obreros, en un hospital.
Les ruego y suplico,
por tanto, que no descuiden esta parte importantísima de nuestra misión.
Fuente: SDB.ORG